¿Implica el republicanismo un rechazo a la monarquía?
- Jose González Fuxà
- 21 feb
- 6 Min. de lectura
El término “republicano” suele identificarse con la ausencia de un rey invocando el célebre argumento etimológico que señala su procedencia de los términos del latín “res” (cosa) y “publica” (pública), la cosa pública o del pueblo. Philipe Pettit, en su texto “Liberalismo y republicanismo” nos muestra por qué esta lectura del término es superficial.
Las dos tendencias políticas modernas más importantes e influyentes son el liberalismo y el republicanismo. El liberalismo es una tradición de pensamiento político que apareció en el siglo XIX y que presenta poca o muy poca cohesión entre sus tendencias internas. Así, podemos encontrar escuelas ideológicas dentro del liberalismo que lo definen como la búsqueda de un proyecto político plenamente secular y racional que proteja al Estado (por ejemplo, del influjo político de la religión o de los nacionalismos románticos tan presentes en Europa en los últimos 200 años); pero también encontramos otras escuelas en las que el proyecto político es el de una limitación y una reducción sistemática de la expresión del Estado, colindando con tendencias que abogan por su supresión total, como, por ejemplo, el anarquismo.
Por su parte, el republicanismo es una teoría política antiquísima y bastante cohesionada que vio caer su hasta el momento indiscutible influencia precisamente a inicios del siglo XIX, al menos con su nombre y su sentido clásicos. Esta corriente tuvo su origen en la Antigua Grecia, y podríamos señalar como uno de sus mayores momentos de esplendor la Roma clásica, aunque también fue fundamental en el Renacimiento — momento en el que culmina un largo proceso de conversión del modo de construir el discurso y el saber conocido como el paso del teocentrismo (que fue la posición hegemónica durante toda la edad media) al antropocentrismo — , y por consiguiente, para la construcción de las repúblicas del norte de Italia. En la modernidad, el republicanismo toma forma bajo la pluma de filósofos como James Harrington, Montesquieu y Tocqueville, aunque uno de sus más significativos representantes modernos es el filósofo francés precedente intelectual del proceso de la revolución francesa, Jean-Jacques Rousseau.
Desde la tradición liberal los republicanos eran vistos como gentes nostálgicas que añoraban marcos culturales y políticos antiguos, apelando a conceptos arcaicos como el de la virtud cívica, el compromiso participativo o el consenso que llevaba hacia el bien común. Para los liberales, que construían su visión del mundo sobre los cambios a tenor de la Revolución Industrial, la sociedad moderna no estaba interesada en virtudes cívicas o en grandes consensos sobre el bien común, sino que lo que querían era que se les permitiera y se les garantizara su propia prosperidad y su felicidad individual. Para un liberal el estado es el mecanismo que ha de permitir a la población perseguir sus impulsos comerciales que, en este marco, son concebidos como naturales.
Lo importante en este conflicto no es llegar a la conclusión de que liberalismo y republicanismo son dos teorías políticas distintas, pues esto cae de suyo al existir dos nombres que las nombran por separado, sino que lo realmente relevante es ver el por qué y analizar qué es lo que enfrentan estas dos teorías: dos concepciones de la libertad, la libertad negativa y la libertad positiva.
Primero de todo, merece la pena que asentemos las definiciones sobre las que nos interesa trabajar:
“En líneas generales, ser negativamente libre (…) consiste en estar libre de la interferencia de otros para perseguir aquellas actividades que, inserto en una cultura apropiada, uno es capaz de alcanzar sin la ayuda de otros: pensar lo que uno quiere, decir lo que uno piensa, circular como uno quiere, asociarse con cualquiera que lo acepte (…). Ser positivamente libre requiere más que esto: puede requerir la libertad de participar en la autodeterminación colectiva de la comunidad (…) libertad tanto frente a los obstáculos internos de debilidad, compulsión e ignorancia como frente a los obstáculos externos que provienen de la interferencia de otros, e incluso el logro de una cierta perfección moral.” (Pettit; n.d. : 118)
Por tanto podríamos sintetizar que la libertad negativa, propia de los liberales, es la que se define como la no interferencia en nuestra voluntad al tiempo de hacer todo aquello que podemos hacer y que nos está permitido hacer. Por otro lado, la libertad positiva, propia de los republicanos, la podríamos sintetizar como la posibilidad que tenemos de participar en la vida de la comunidad en la que nos encontramos insertos. Con el fin de simplificar, a la libertad negativa la identificaremos como no interferencia, y a la libertad positiva como no dominación, siguiendo la terminología que Ph. Pettit nos propone en su texto.
¿Por qué, entonces, el republicanismo se identifica con el rechazo a la monarquía si en la definición de su concepto central(el de libertad) no se dice nada acerca de una forma de gobierno en específico? Para arrojar luz sobre esta cuestión tratemos de pensar en esto:
“La diferencia entre los ideales emerge en el hecho de que es posible tener dominación sin interferencia e interferencia sin dominación” (Pettit; n.d. : 119)
Lo que importa, por tanto, es el sentido de la libertad en el que estamos siendo restringidos y el sentido de la libertad en el que no tenemos obstáculo alguno. Por ello, cuando se trata de discutir esta cuestión, Pettit plantea lo siguiente:
“Puede suceder que mi amo tenga un carácter amable y no intervencionista o puede simplemente suceder que yo sea lo suficientemente astuto como para ser capaz de salirme con la mía haciendo lo que yo quiera. Y, por otro lado, puedo realmente sufrir interferencia sin estar dominado por alguien: esto es, sin estar relacionado con alguien en términos de esclavo y amo.” (Pettit; n.d. : 120)
Esto se vuelve más claro si explicamos el ejemplo en el que uno podría estar interferido, pero no bajo una lógica de dominación: imaginemos la situación en la que una comunidad crea una legislación que obliga a todos sus miembros a pagar impuestos. En este caso cada uno de los individuos no está sometido a dominación por dos motivos:
Primero, porque cada ciudadano es partícipe de la creación de tal legislación y, por tanto, se ha auto-legislado. Efectivamente, nuestras sociedades se sostienen sobre la idea de que el poder legislativo se identifica con el pueblo, por lo que las leyes son la expresión (delegada) de la voz de la ciudadanía. Luego, las leyes que seguimos, de una manera indirecta, nos las imponemos nosotros mismos.
Segundo, porque todos los ciudadanos están sometidos a las mismas normas y, por ende, tienen esa misma obligación incluso los gobernantes. En efecto, la obligación de pagar impuestos no solo recae sobre la voluntad de cada uno de los ciudadanos de a pie, sino que los gobernantes que han de velar por el cumplimiento de esa norma están igualmente sujetos a ella. Por tanto, tanto los gobernantes como los ciudadanos están igualmente obligados a lo mismo, por lo que no puede asumirse arbitrariedad ni en la norma ni en la aplicación de la norma.
Esto quiere decir que, cuando estamos sometidos a leyes claramente establecidas y que obligan del mismo modo a toda la comunidad, entonces no estamos bajo dominación (y somos “republicanamente” libres). No obstante, en tanto que esta ley nos obliga a hacer algo que, de entrada, no queremos hacer (es decir, se encuentra, en general, en contra de nuestra voluntad) sí que estamos interferidos y, por ello, no somos libres en un sentido negativo. Solamente cuando estamos sometidos a una voluntad arbitraria, es decir, que puede interferirnos (aunque jamás lo haga) cuando quiera y en la intensidad que quiera (como es el caso de la lógica amo/esclavo) es que podemos decir que no somos republicanamente libres, ya que no somos partícipes ni controlamos las normas que nos son impuestas.
¿Qué tiene que ver esto con el rechazo a la monarquía? Lo que sucede es que la forma de dominación propia de la lógica de amo y esclavo en el ámbito político se traduce comúnmente en monarquía, pero no por la presencia o existencia de un rey, sino porque históricamente aquellos que han ostentado un poder arbitrario sobre sus gobernados convirtiéndolos en súbditos han sido los reyes o los dictadores.
Con base en lo dicho se puede llegar a señalar con claridad la razón por la que el republicanismo rechaza la figura del rey de forma activa: pues el rey es, en potencia, aquel que puede convertir su poder en arbitrario, al menos históricamente, ya que hoy esa capacidad está esencialmente capada por el imperio de la ley. El republicano, por tanto, tiene un conflicto o vive una contradicción cuando vive en un régimen monárquico por una cuestión de fundamentación política, y no por una mera cuestión estética, a saber: no puede haber legislación (es decir, normatividad y dominación) que sea ajena a los individuos de la comunidad, luego si tiene que haber alguna dominación, ésta debe ser auto-impuesta. El liberal, por el contrario, no vive esa contradicción mientras ese rey permita lo que ha de permitir el Estado, que es el desarrollo de los derechos y libertades individuales independientemente de quién ostenta de facto la soberanía, pues para un liberal vivir libre es, sin duda, vivir sin interferencia.
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