Una reflexión sobre la naturaleza del amor moderno: ¿Es el “Ghosting” una nueva manera de nombrar el desamor?
- Jose González Fuxà
- 21 feb
- 5 Min. de lectura
Las aplicaciones de citas crean el objeto de deseo llamado enamoramiento como una suerte de “objeto formal”, como un “qué” sin “quién”, como la posibilidad de alcanzar un enamoramiento en el que la persona a amar no resulta ser lo más importante.
Hay algo interesante en la naturaleza del amor que hace a muchos cavilar acerca de qué estamos diciendo exactamente cuando decimos que amamos a alguien, o acerca de si el amor, el enamoramiento y una relación sentimental son lo mismo, algo similar o categóricamente distinto. En medio de mi personal proceso de reflexión sobre el asunto, ha aparecido ante mí un artículo que precisamente trata de describir el proceso de enamoramiento hoy, y que plantea tal reflexión con el título: “La epidemia del desamor”.
Concretamente, este artículo me ha animado a escribir estas líneas con base en la pregunta que se encuentra en el subtítulo mismo del artículo, y que creo que plantea una reflexión muy interesante sobre lo términos “amor” y “enamorarse”. La cuestión en concreto reza lo siguiente: “¿Por qué cuesta tanto enamorarse en la edad de la libertad sexual y las citas en serie?”.
Esta pregunta incurre, bajo mi punto de vista, en un error común que está, creo, en la raíz del problema en torno a la naturaleza del amor moderno: la confusión entre el enamoramiento y el amor. El artículo señala sabiamente la contradicción entre la apertura sexoafectiva propia de la sociedad de hoy, y el proceso de establecimiento de vínculos serios y duraderos entre personas. Sin ánimo de mostrarme excesivamente conservador, me parece un perogrullo señalar que lo segundo y lo primero se diferencian no solamente en la naturaleza misma de lo que son, sino también en el alcance que esa misma naturaleza les permite tener.
El enamoramiento es un proceso atravesado por la biología, y se refiere al proceso con base en el cual las personas se interesan sexoafectivamente por otras. Este proceso tiene una parte biológica en relación con la sensación que se tiene al estar junto o en conexión con la persona por la que se siente interés, pero ese interés es a menudo una reacción inmediata a un determinado estímulo, que puede ser un contacto visual, una conversación o la aparición como idea de un determinado futurible. El “súper-mercado” al que se refiere el artículo cuando habla de determinadas dinámicas modernas para conocer a gente nueva existe y se sirve, precisamente, de la posibilidad de que este primer proceso pueda empezar a darse de un modo más o menos inmediato, puesto que entonces es posible generar la sensación de que una aplicación móvil podría suscitar el enamoramiento. En otros términos, las aplicaciones de citas crean el objeto de deseo llamado enamoramiento como una suerte de objeto formal, es decir, como un “qué” sin “quién”, como la posibilidad de alcanzar un enamoramiento en el que la persona a amar no resulta ser lo más importante. El hecho de ubicar el enamoramiento como objetivo de las relaciones humanas, y no la actividad de amar a la persona de la que uno se enamora, implica que el alcance de estas relaciones aumente exponencialmente, puesto que no importa demasiado la persona, sino lo que el conocer a esa persona (o a cualquier otra) nos permite sentir.
Posteriormente a este enamoramiento, se sigue una parte narrativa, biográfica, o relativa a las costumbres que se dedica a construir un relato en torno a ese interés creciente. Este es un proceso que no se da en lo visual, sino en el lenguaje y las costumbres, y es específicamente, lo que tradicionalmente se llama amor o relación sentimental estable. El amor (no como el enamoramiento, que se desarrolla en el campo de la emoción) es un sentimiento, por tanto, depende de una narrativa construida con base en el trato y el tiempo. Por este motivo existe, a mi juicio, una cierta incompatibilidad entre las dinámicas modernas de relaciones humanas sexoafectivas y el proceso natural de construcción de relaciones sentimentales estables, pues las primeras eliminan (o tratan de eliminar) de la ecuación un componente fundamental para el éxito: el tiempo.
Cuando consideramos el tiempo como un elemento fundamental para la aparición del amor y, por ende, para la construcción de relaciones sentimentales estables (como podrían ser, como es obvio ya, las relaciones amorosas de pareja), lo que sucede es que el alcance de esas relaciones disminuye muy considerablemente, puesto que lo que se coloca en el centro y cobra en este punto una real importancia ya no es ese “objeto formal de deseo” al que nos habíamos referido como un “qué” sin “quién”, sino que ahora ese objeto de deseo ya no es formal, sino que es un “quién” concreto. En una relación amorosa, lo que importa es la persona amada, y no el mero hecho de querer interesarse por alguien (o de enamorarse). Ahora bien, el paso del tiempo necesario para construir una narrativa sólida que sustente una relación amorosa de pareja seria suele implicar una disminución progresiva de ese interés primigenio y, en consecuencia, de eso a lo que me he referido como enamoramiento.
Es precisamente en este punto, cuando queda obsoleta la funcionalidad de las aplicaciones de citas, que aparece el concepto que define hoy, en parte, el desamor: el “ghosting”. Esta socialmente despreciable y deshonesta práctica que consiste en desaparecer, en destruir unilateral e incomunicadamente el contacto establecido, no es ni mucho menos una dinámica nueva surgida de las aplicaciones de citas, pero sí que cobra entidad al tiempo que poder simplemente desconectarse implica no tener que dar explicaciones. El “ghosting” no es más que una retirada, sin embargo, define el modo contemporáneo de entender el amor y delata el error que he intentado señalar aquí: porque existe el “ghosting” y es un fenómeno inherente (aunque potencial) a las relaciones que surgen de las aplicaciones de citas, puedo deducir que hoy, al definir y entender el amor, lo hemos confundido con el proceso de enamoramiento, y esta confusión se sigue, a mi juicio, de lo atractivo de la promesa de inmediatez que plantean determinadas aplicaciones de citas ligada a una necesidad tan humana como el querer a alguien.
El “ghosting” sucede siempre tras la promesa de ese “objeto formal de deseo”, o más bien, sucede cuando, asumiendo la necesidad de conseguir ese objeto formal, se detecta una desaparición del interés primigenio. La gente desaparece, por lo general, cuando se percibe que es demasiado el tiempo que los separa del éxito que ese “objeto formal de deseo” ha establecido, o cuando el interés que había promovido el enamoramiento (falso o no) ha dejado emerger la realidad en torno a que enamorarse y amar son procesos distintos. El “ghosting” es, por tanto, la consecuencia lógica de una concepción de las relaciones humanas, y del amor o de las relaciones sexoafectivas en general, impacientes.
Por esto mismo, la epidemia que sufrimos en las relaciones humanas sexoafectivas, que más que de desamor es de premura, no depende de que cueste hoy mucho enamorarse. Enamorarse es fácil, precisamente por eso existen las aplicaciones de citas. Lo que es realmente costoso hoy es superar ese enamoramiento y construir narrativas amorosas, porque el amor requiere tiempo y trato, y nuestro enamoramiento es cada día más anheloso.
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